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Saturday, January 20, 2007

Un tipo con suerte I: lo malo


Jean Van Hamme es un tipo con suerte. Goza de un enorme prestigio como guionista de tebeos (BD, dicen en Francia) sin haber ideado apenas una historia propia que narrar. Su estrategia es muy simple: escoge dos historias de eficacia demostrada y las mezcla en una sola. Si el batiburrillo es muy evidente, introduce algún elemento marginal de una tercera, para disimular. La gente adora no sentirse decepcionada, y cómo puede defraudar una historia que ya sabes que gusta. Además, cualquier crítica puede silenciarse con los manidos comodines del “homenaje” y del “todo está contado”.

Si alguien lee XIII, encontrará una trama calcada a la de “El caso Bourne” de Robert Ludlum (más que la película homónima, por cierto) pero en un ámbito que recuerda al del asesinato de Kennedy. Para que no todo sea igual, el desarrollo de la aventura se complementa con la actualización de la etapa “Angel Face” en El teniente Blueberry. La serie arrasa, por supuesto.

Si leen El gran poder del Chninkel, encontrarán la historia de Jesucristo unida al diseño y parte del argumento de Cristal Oscuro, más un cameo del monolito de 2001 interpretando a Dios.

Si leen Thorgal, tendrán el aliciente de descubrir cuál es la fuente de inspiración de cada nueva historia, e incluso pueden llevarse, en ocasiones, alguna sorpresa. Las sorpresas son la estupenda saga del País QA y, por supuesto, "Loba".

Uno de los principales problemas de Thorgal, como serie, radica en el carácter arquetípico de su héroe, terriblemente unidimensional y, sobre todo, soso. Cándido hasta la estupidez, incansablemente hermoso, carente de matices más allá de la carita de pena. Este carácter plano se hace hasta doloroso en “El señor de las montañas”, historia que gira, más allá de su trillado truco argumental sobre paradojas temporales, en torno al amor a tres bandas entre una joven montañesa, el inefable vikingo y un joven recién huido de la esclavitud, triangulo que pronto pierde todo interés porque a la absoluta superioridad física y espiritual de Thorgal se opone un joven esquemáticamente malvado, capaz de crueldades fuera de toda coherencia argumental con tal de ceder a su contrincante la oportunidad de ser siempre el héroe impecable de siempre.

El otro problema, especialmente en sus últimos diez años, es la escasa variedad de tramas que Van Hamme le ha introducido. Casi siempre, Thorgal es hecho prisionero, generalmente por antiguos descendientes de la familia espacial a la que pertenece. Casi siempre es engañado con tretas infantiles, y casi siempre encuentra a un rebelde dispuesto a morir en su ayuda o a un lugarteniente mezquino. También, por supuesto, suele encontrar algún precipicio por donde el malvado se despeñe casualmente y la historia le libre de su obligación tipológica, esto es, enfrentarse al oponente y vencerlo. Thorgal nunca se mancha las manos, siempre tiene al guionista para hacerlo por él.
(Próximamente, lo bueno)