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Wednesday, September 27, 2006

NON OLET

Para muchos, el nombre de Rafael Sánchez-Ferlosio estará ligado a una casi olvidada mención en algún libro de texto, unida ineludiblemente al título de “El Jarama”, novela representativa de la narrativa de los años 60. En algunas zonas catalanas, se recordará que fue esa novela la que le arrebató el Premio Nadal a la impresionante “Bearn”, de Villalonga. Los más recientes le identificarán como hijo de Rafael Sánchez-Mazas, quien entre cosas fue miembro fundador de Falange y protagonista involuntario de “Soldados de Salamina”, con el rostro de Ramón Fontseré en la adaptación que hizo David Trueba.

Pero para otros –Bolaño, por ejemplo- es también uno de los mejores prosistas contemporáneos en lengua española, y lo cierto es que sigue siendo un auténtico placer adentrarse en cualquiera de los últimos libros de corte ensayístico que viene publicando en Destino, tanto por lo que en ellos dice como por la manera de decirlo, por cómo muestra sus ideas y por cómo, incluso, muestra al personaje que ha ido creando a partir de sí mismo en el texto impreso. Un placer que he vuelto experimentar estos días con Non Olet, conjunto de meditaciones sobre aspectos pecuniarios.

En este libro, el autor desglosa algunas de las diversas formas en que el desarrollo de la sociedad de consumo (aquí rebautizada como sociedad de producción, ya que es ésta la que determina aquélla, y no al revés) ha determinado la evolución de muchos comportamientos sociales, y en especial aquéllas mediante las cuales en el mundo contemporáneo la publicidad, el comportamiento publicitario, ha terminado por marcar nuestra manera de entender ese mundo.

La controversia por ampliar el calendario de apertura de los centros comerciales, la disolución de las reivindicaciones feministas en el mercado de los cosméticos o la esencia publicitaria de la rebeldía rockera son algunas de las reflexiones que plantea en el primer y extensísimo artículo, ciento cuarenta páginas tildadas de “introducción”. EN la segunda parte, “trabajo y ocio, encontramos tres reflexiones más cortas: una argumentación sobre el componente clasista que encierra cierto elogio estético de Simone de Beauvoir a la piel bronceada; otra sobre la fraudulenta interpretación que pudo tener aquella intervención de Juan Pablo II en la que aseguraba que el trabajo no era un pecado, sino una bendición; y una tercera en la que se habla de cómo el dinero purifica por sí mismo la fuente que lo ha producido (“no huele...aunque sea producto de la orina”, como reza el título). Y mucho más: un seguimiento de las relaciones entre la España Imperial y la producción de coca en el Potosí, un tirón de orejas a Vargas Llosa por sus afirmaciones en contra de los movimientos antiglobalización e incluso una nota explicativa de hasta ¡veinte páginas!

Un libro de Sánchez Ferlosio se disfruta no sólo por la escrupulosa concreción de sus aserciones, matizadas y contextualizadas a lo largo de interminables periodos sintácticos llenos de incisos, y en los que jamás pierde el aliento expresivo ni la exactitud conceptual. No se disfruta por lo acertado de sus intuiciones, de una radical rebeldía, siempre sostenida por una razón visionaria. Ni siquiera sólo por las pullas que lanza contra algunos apóstoles de lo establecido, como por ejemplo Vargas Llosa. No; también se disfruta por esa pose de enrabietado y protestón que el personaje Ferlosio despliega por todas sus páginas y que permite momentos tan divertidos como ése en que, en mitad de la disertación sobre la manera en que la publicidad ha contaminado y poseído diversas manifestaciones de nuestra vida cultural, y tras advertirnos en varias ocasiones de que el rock no le interesa, que el cine le parece un arte imperfecto, o cualquier otro cáustico rechazo de la cultura popular, comienza a arremeter contra Sir Lawrence Olivier, quien según él padeció “la patética catástrofe artística” de, “en su desmedido afán por recomendarse y encarecerse a sí mismo como Gran Actor y, si no me equivoco, también como supremo intérprete de Chéspir”, acabar “por condenarse a representar, cualquiera que fuese el personaje que tenía que encarnar en cada caso, otro papel que el suyo propio de Gran Actor. [...] En todos los personajes que se le ofrecía representar jamás lograba ya encarnar otro papel que el del Gran Actor Sir Lawrence Olivier”.

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